Era un día soleado en Ginebra, Suiza, recuerdo una que otra nube, caminaba presuroso para llegar a la hora acordada para la visita a Mme. Collomb, una señora que ya pasaba los 90 años, la recuerdo alegre y amable.

Como parte de mi voluntariado tenía el encargo de visitar a adultos mayores, iba a los asilos, que allá abundan, a sus casas.

Vivía en un departamento no lejos de donde yo habitaba. Había que subir las escaleras hasta un segundo piso, al fin llego a la puerta, timbro y me abre.

Me recibe con su mirada afable y su cálida sonrisa. La acompañaba un poco más de una hora, me platicaba de quien fue su marido y de su única hija con quien no iban bien las cosas, ya que se estaba quedando ciega y no había remedio alguno para evitarlo. Su hija vivía en otro departamento lejos de ahí. La visitaba esporádicamente.

Mme. Collomb padecía y vivía la soledad que muchas veces vive un anciano, tenía el alivio de recibir atención médica y hospitalaria (además de los alimentos) si los necesitaba. En Suiza, el adulto mayor recibe mucho apoyo de calidad de parte del gobierno.

El tiempo se iba rápido, durante la conversación de un tema pasamos a otro y me volvía a platicar de su problema para deglutir, ya que tenía la sensación de que se ahogaba, a pesar de que sus alimentos se los llevaban molidos, como una papilla.

Esto la angustiaba mucho, poco a poco empezó a llorar, esta vez estaba más afectada, seguramente porque estaba tomando en ese momento sus alimentos. Veía su desesperación y me sentía impotente. Vivía su sufrimiento.

Eran mis inicios estudiando Tanatología, más específicamente:Cuidados Paliativos, en Lyon, Francia, en la Asociación Albatros. Ahí aprendí a escuchar, a no dar soluciones, simplemente a escuchar.

En mi desesperación no sabía qué hacer, solo atiné a darle un abrazo por unos segundos, no dije una sola palabra, para mi sorpresa, se calmó y dejó de llorar. Algo me dijo en mi corazón que esto es Tanatología.

Estuve con ella un rato más, quería cerciorarme que se quedaba tranquila.

El ser empáticos, estar atentos al lenguaje corporal, aprender a escuchar, a observar, tener una mirada de misericordia hacia aquel que sufre y no de lástima son entre otros, básicos para que el acompañamiento funcione, respetando siempre la dignidad de aquel que me da su confianza y afecto.

Han pasado los años y no olvido esta experiencia, dicen bien que las personas no mueren mientras las recordemos, Mme. Collomb aún vive en mi memoria y en mí afecto, mucho me enseñó al permitirme hacerle compañía.

Las múltiples experiencias que he tenido además del conocimiento teórico adquirido me enseñan sobre la importancia de ver a la muerte como parte de la naturaleza humana, una realidad que tarde o temprano viviré y vivirán mis seres queridos.

En México a pesar de la festividad del día de muertos, se vive y se ve la muerte como un tabú, más que nada en las ciudades, escapan seguramente algunos pueblos indígenas que nos enriquecen con su visión y la guarda de sus tradiciones. Nos da miedo usar la palabra cáncer, negamos la vejez.

Considero de suma importancia que los hospitales tengan un espacio dedicado únicamente a los cuidados paliativos, con profesionales formados en este tema, así como un voluntariado competente, no bastan buenas intenciones.

Hay tanta necesidad para aquel que está en fase terminal y para sus familiares de ser escuchados, comprendidos y apoyados, de liberarse de tantas cargas aprendidas.

Hablar de la realidad de la muerte desde casa y aprender a verlo de manera natural me libera, a pesar de que creamos lo contrario, llegado el momento me facilitara vivir el proceso de pérdida tanto para mí, así como en el caso de la muerte de un ser querido y bendeciré a la vida por el tiempo compartido.

 

MDH. Andres Zarate, Profesor en el Diplomado de Tanatología.

Ibero Monterrey

 

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